El centro

La enfermedad de mi primer marido, el accidente en que murieron mi hermano y mi cuñada, hicieron que apareciera la brutalidad del cuerpo, el dolor físico y el dolor de la pérdida. También comprobé que cada quien tiene una manera distinta de cruzar el duelo. La maternidad o la misma adolescencia: cada uno vive la experiencia como algo personal, único, aislado de los otros; al mismo tiempo, somos capaces de reconocerlo en otro. En el drama escogemos lo más afín a nuestro proyecto como personas, pero el dolor nos escoge para mostrar los huecos, los escondites. ¿Qué tal si hay otras versiones de nosotros mismos más armónicas o más cómodas que nunca nos atrevimos a desarrollar? La naturaleza me resultaba del todo indiferente hasta que sentí la muerte. Por alguna razón me trajo la posibilidad de ver el paisaje. La maternidad, o la fragilidad de la maternidad, me llevó el consuelo del mundo vegetal. ¿Por qué me sentía más segura entre las plantas? Creí reconocer en ellas formas que contenían y describían mis emociones. Descubro que cuento lo mismo que mi madre, las circunstancias de un cuerpo maternal, la de una mujer enferma de melancolía, la tristeza de la pérdida, la sensualidad de amar y ser amada. Y en algún lado en esos relatos, como centro está la belleza.

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